Argentina | 24 min | Español c/Subtítulos Inglés (incrustados)
Cortometraje de animación pornográfico, protagonizado por el símbolo de la belleza y la feminidad en la cultura occidental: la muñeca Barbie. Ella se siente insatisfecha con ken, que la engaña, y comienza una peculiar relación con su mucama, la muñeca latina de la colección. (FILMAFFINITY)
Con las voces de Juana Molina, Divina Gloria, Eusebio Poncela, Susana Pampín, Ricardo Merkin, Osvaldo González, Diego Schipani.
UN CORTOMETRAJE NO APTO PARA INFANTES
Barbie, la pornostar triste
“El de Barbie es un universo manejado por las mujeres, en el que ellas son las reinas en tanto que los hombres son sus zánganos.” (M. G. Lord, periodista y socióloga norteamericana, en su ensayo Barbie por siempre: la biografía no autorizada de una muñeca real.)
“La malsana flexibilidad de esas muñecas, su belleza destructora y su casi desnudez afectan el espíritu y la moralidad de los niños. Son la perfecta representación de la cultura satánica y perversa de Occidente.” (De un editorial de Sobh, publicación integrista iraní.)
“La Barbie es porno. Tiene esa imagen pornográfica instalada en el inconsciente colectivo. Eso es extraño.” (Albertina Carri, cineasta argentina, autora del corto animado Barbie también puede eStar triste.)
Barbie se pasa los días encerrada en su mansión de juguete, llorando porque su marido, ese yuppie llamado Ken, se revuelca en la oficina con Arbie, una complaciente secretaria con la voz de Divina Gloria. Teresa, la mucama de la mansión, es una morocha desatada que se propuso consolar a la patrona a como dé lugar. La frágil y melancólica Barbie –con las cuerdas vocales de Juana Molina– sucumbirá a los encantos de la paraguaya bisexual, cosa que acabará con los nervios del impiadoso Ken (vocalizado por el español Eusebio Poncela). Esa podría ser una sinopsis del melodrama porno que escribió, dirigió y produjo Albertina Carri, la joven directora cuyo primer largometraje –No quiero volver a casa– se estrenó hace algunas semanas en los cines de Buenos Aires.
Barbie también puede estar triste es algo así como la concreción de una fantasía que da vueltas por la cabeza de mucha gente desde que, en 1959, una tal Ruth Handler le vendió la figura de una rubia escandalosamente perfecta (de acuerdo con los parámetros de belleza occidental) a la empresa californiana Mattel. Así parecen coincidir los iraníes conservadores, la socióloga Lord y la autora del corto. Esta tal Barbie es mucho más que una muñeca: representa las dos caras del mundo moderno occidental –decadencia y esplendor– esculpidas en un par de decenas de centímetros, una melena platinada y una cintura del ancho de un pulgar.
Handler, la madre de la criatura, escribió en su autobiografía Dream Doll: The Ruth Handler Story: “A Barbie sólo le importa la ropa. La mente de Barbie está llena nada más que de citas para el sábado a la noche y/o planes de casamiento y cosas por el estilo... Mi respuesta es que, si es así, ello se debe a que la chiquita que está jugando con ella elige concentrarse en estas facetas de la vida de una mujer”.
Albertina Carri nunca tuvo una Barbie. Tenía otras muñecas. La idea estaba ahí, en el aire, la podría haber atrapado cualquiera, pero fue ella quien, en 1998, escribió un bosquejo de guión para un cortometraje porno protagonizado por la diva de plástico y sus compañeritos de juego. En el ‘99, Carri presentó el proyecto en la Fundación Antorchas, consiguió el subsidio y empezó a trabajar. Compró algunas muñecas, pidió prestadas a las hijas de sus amigas, dotó a los muñecos de órganos sexuales y mandó diseñar los decorados. “Lo escribí como un juego, un ejercicio”, cuenta Albertina. “De hecho, estoy bastante sorprendida que hoy sea una película.” Una película que, por el momento, no se exhibe comercialmente, pero que corre con grandes posibilidades de añejarse como producto de culto absoluto, algo parecido a lo que sucedió con los cortos animados del Muñeco Gallardo.
La animación es deliberadamente tosca; los jadeos y diálogos son típicamente de género –aunque la estructura narrativa es la de un melodrama– y, para la musicalización, la autora eligió las orquestaciones épicas por sobre esos calesiteros sintetizadores del porno convencional.
El guión es ciertamente de género, puesto que trabaja sobre conflictos módicos con un fin puramente sexual. El contrapunto del relato funciona en dos escenarios socialmente opuestos: la mansión Barbie, con sus jardines ysus tristezas de rico, y el suburbio de la mucama Teresa, donde convive lascivamente con un carnicero, una travesti y su novio.
“Cuando salió la beca me puse a estudiar sobre animación, porque ya había investigado sobre pornografía, pero no sobre animación”, revela la autora. “No fue sencillo encontrar trabajos con muñecos. La tosquedad de los movimientos fue una decisión estética. Desde el principio quería una animación más bien antigua, al estilo del Capitán Escarlata... ¿Porno con humanos? No sé si sería capaz de hacerlo. Eso ya es otra cosa.” (por Pablo Plotkin en Página 12)
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